Ojos entornados.

El símbolo como señal para reconocerse. Vislumbrado desde el lienzo de la indiferencia, un hombre de ojos mustios se aproxima; la albura de su existencia inicial se torna gris, ¡Pérfida cualidad cromática!

El ojo yace obsecuente ante la presentación esquiva del mundo; un ojo ya absorto en el designio de lo funesto. Lo humano fluía en ese entonces, otros caminaban, mientras el ojo mustio en calina circundante mira, posa sus ojos; y se subsume. Una complacencia pervertida lo abstiene de seguir leyendo, el rostro extraviado de un miserable; la impresión de inminente tristeza en las esferas de un perro que soslaya la mano comprensiva; esto. El enconado hombre toma sus injurias, las protege, se asoma a la hondonada adversa y se detiene; el globo inmóvil en sus cuencas herrumbrosas rehúyen de algo, en tanto la luna vacilante vierte una luz trémula. Un hombre lee un libro, se inventa un futuro, o lo destruye; impelido ante la ya tenue resistencia el de los ojos mustios lo aborda; aguarda estático pues condensadas fuerzas se despiden, lo turba; algo sucede. La flor ceñida a la tierra observa. De pie, entrelazando sus manos contempla a la flor. La estela de la vida pasada se aparta, cede. Algo sucede. Aguarda extático.

Imagen

(Extraída de las magníficas esculturas de Javier Garcés) http://garcesjavier.blogspot.com/search/label/Texts

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